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LUIS FERNANDO MEZA ARANGO

Hoy cuenta con más de 600 acetatos. Este hombre de 53 años recuerda la época en la que empezó su colección cuando era apenas un joven. Desde salsa hasta villancicos, él guarda cada uno como su más preciado tesoro. 

Si algo muere cuando se acaba, revive con quien lo recuerda. Los vinilos pasaron al olvido hace más de una década, y Luis Fernando Arango se esfuerza en traer de nuevo a la vida los sonidos que hay detrás de los estos discos. Siempre es agradable hablar con alguien que ama lo que hace, pero escuchar a alguien que vive en el hoy con una banda sonora de ayer, es tan extraño como maravilloso. Lo digital se llevó la magia del ritual que significaba escuchar música, en esa magia sigue viviendo este hombre.

 

Él mira con cuidado los discos de su colección, pasa los dedos por las portadas, algunas viejas, sucias y poco rotas, las acaricia como si estuviera tocando memorias de lo que vivió en otro momento con ese mismo cartón. Otras nuevas, muy coloridas pero también parecen tener sabor a recuerdos. La forma en que cuida cada pieza revela lo que significa su repertorio para él. Es un hombre alto y muy cuidadoso, con más de 600 discos de vinilo y acetato, que ha coleccionado desde sus 17 años.

 

Su primer disco fue de Diomedes Díaz y le costó 100 pesos, toda una fortuna para la época y más para un joven universitario. Desde ese momento supo que el tema de los discos y las agujas le apasionaría. Recuerda con especial cariño los acetatos de 33 y 45 pero valora toda la recopilación que ha conseguido en diferentes lugares y que da una recorrido por todos los géneros.

Luis Fernando, director financiero y administrativo de la Asociación de Amigos de la Universidad de La Sabana, mantiene la ilusión de cuando era joven con cada disco que encuentra y recuerda que fue su papá quien le enseñó el amor por la música. Sus boleros, tangos y música colombiana los tiene en el mejor de los puestos dentro de la colección.

 

No olvida la historia de cómo cada uno llegó a sus manos y tararea muy bajito las melodías de la música que allí se esconde. La pasión por esta cultura la comparte con su esposa, fiel acompañante de las largas noches de vino y tocadiscos en la sala de su casa, siempre con el anhelo de que esas canciones vuelvan a ponerse de moda y se conviertan en los himnos del amor, que según ellos, ya están perdidos.

 

Este hombre, aunque clásico, de esos de antaño, es también una persona tecnológica y moderna que lleva en su celular una lista detallada de lo que guarda en su colección. Le gusta el sonido del acetato, sentir los realces de los discos y ver las infinitas vueltas de la aguja que no se cansa de girar para agradar.

Hoy en día Luis Fernando se niega a olvidar los vinilos y aunque no cree que estos discos vuelvan a estar de moda, piensa seguir defendiendolos hasta el final y, si es posible, heredar estos tesoros a sus hijos para que continúen con el legado. Mientras la tecnología sigue avanzando y cada vez se dejan más atrás los formatos poco utilizados, este hombre es uno de los pocos que sigue valorando el trabajo, los recuerdos y el significado de cada canción.

Pocos están dispuestos a luchar por lo tradicional, por tener vivo lo que muchos quieren matar. Luis Fernando los tiene para revivir lo que sintió, para volver atrás y seguir dejando que sus brazos se ericen de emoción con cada canción y el sucio sonido de un tocasdiscos que para él seguirá dando vueltas sin parar.

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